Los “diablos cojuelos” bajaban despacio por la Avenida Máximo Gómez, Rebeca iba con el Roba la Gallina, acompañada de su coro “se me muere Rebeca, ¡Ay! ¡Ay!, rumbo al desfile del carnaval en el Malecón, era una tarde del viernes 27 de febrero, día de la Patria, cuando llegaba al mundo mi primera hija, Patricia Minerva Reyna Liberato. Es clara la razón de su nombre, y más claros aún los ideales que me movían en ese instante (y que me han acompañado toda la vida).

A los pocos días de haber nacido, casi te pierdo…la septicemia había invadido tu frágil cuerpecito y la fiebre te consumía aquella madrugada que tu abuela Violeta y tu madre me obligaron a llevarte al médico, mientras mi ignorancia insistía en esperar la llegada de la mañana para llevarte.

Patricia, nació siendo poesía, recuerdo en una noche haber escuchado aquel diálogo con su hermanito Amaury con 3 y 4 años de edad. Amaury insistía en que a la Luna, en su cuarto menguante, le faltaba un pedazo y Patricia le replicaba ¡No!, No le falta un pedazo, es que la Luna se encuentra en el bolsillo del cielo…

Hoy se proclama como Médico investigadora y psiquiatra…cuanta emoción sentí, aquel día que te entregué tu Título de Doctor en Medicina, en la investidura del 14 de junio de 2005, a tan sólo 4 meses de yo haber alcanzado la rectoría de la UASD…Recorrí como flashes de la memoria paterna, tus primeros años en la escuela, aquella carta que tu escribiera como primer producto de tu alfabeto, dirigida a tu amiguito de aulas con quien te soñaba acompañada al supermercado a comprarle la leche a tu propio hijo.

Patricia Minerva, génesis de mi paternidad, también ha sido la fuente de mi continuidad, dándome a mi primera nieta, Gaby. Hoy aspiro a que construyamos juntos, sueños intelectuales y envejezcamos, en la ruta hacia la fraternidad que construye la madurez de los hijos que han sido procreados muy tempranamente.